26 de febrero de 2014

Cosas #2. Letra del opening de Tales of Symphonia (2 temporada).

Porque también hay letras de canciones que también vale la pena enseñar. ¡A disfrutar!
     "Y de este modo, nos convertiremos en parte de la historia, como cientos de estrellas.
Mientras sollozamos, lloramos y gritamos, debemos luchar para seguir adelante.
Y aunque no podamos siquiera ver el sendero que nos guía al mañana, empapado por nuestras lágrimas, tenemos esperanza de que aquel triste canario que miraba el arcoiris haya al fin echado a volar...
Incluso si renacemos millones de veces, al final acabaremos floreciendo en la cima de una colina.
Y aquel canario que ya nunca regresará sonreirá por última vez..."
Tales of Symphonia.

El pacto de los lobos, Dorothy Hearst




Nombre: El pacto de los lobos.
Autor: Dorothy Hearst.
Editorial: Círculo de lectores.
Fecha de publicación: 2008.
Género: Juvenil.
Páginas: 332.


Mantenerse tan alejados de los humanos como sea posible
No matar a un humano sin previa provocación.
Proteger la estirpe y unirse solo con lobos del Valle.

Este es el pacto legendario que ha mantenido unidos durante miles de años a los lobos del Gran Valle y que los Grandes procuran transmitir de generación en generación. Kaala, una lobezna de sangre mixta y con una singular marca en el pecho en forma de media luna, descubrirá los misterios que se ocultan tras él y deberá luchar para ganarse su lugar en la manada del Río Rápido. El Pacto de los Lobos, primer volumen de la trilogía Las Crónicas del Lobo, es algo más que un cuento fantástico, es un relato que nos recuerda la importancia de vivir en armonía con el mundo que nos rodea, y que tan sólo manteniendo este necesario equilibrio podremos garantizar la supervivencia de todas las especies. Un reto que, a pesar de la siempre difícil convivencia del hombre con el resto de los habitantes del planeta, es tal vez el más importante de nuestros días.

Reflexiones: Lo que no somos capaces de ver

Hace unos días que creé esta página y creo que ya es hora de ir empezando. Espero que os guste esta entrada y que comentéis todo lo que queráis. No olvidéis que esta es mi humilde opinión, nada más.
Gracias por estar ahí.

Lo que no somos capaces de ver.

Muchas veces me he preguntado porqué las personas somos tan ciegas, porqué llega un momento en el que nos damos cuenta de las cosas pero, a pesar de ello, seguimos ahí. Es extraño, ¿no? Casi parece como si nosotros mismos no llegáramos a aceptar lo que ocurre porque las cosas vayan a cambiar. Tenemos mucho miedo a eso, al cambio. A las cosas nuevas. A lo desconocido.
Y nunca nadie nos ha dicho que estas cosas sean buenas o malas, es decir, ¿os han enseñado de pequeños que las cosas nuevas dan miedo, que hay que alejarse de ellas a toda costa? A mí, no. Es más, las cosas nuevas me han  llenado de sorpresas la mayoría de las veces. (No soy ingenua, sé que también han habido cambios que han ido a peor, pero, cuando lo he superado, me di cuenta de que era necesario).
Entonces...¿por qué seguimos agarrándonos a lo conocido incluso cuando éste nos causa tanto daño? ¿Por qué no soltarse y ver qué es lo que pasa? Ya tienes asegurado qué es lo que ocurrirá si continúas en la rutina; sólo te falta descubrir qué pasaría si rompieras todo eso.

23 de febrero de 2014

Esta noche no hay luna llena, Care Santos



Nombre: Esta noche no hay luna llena.
Autor: Care Santos.
Editorial: Sm.
Fecha de publicación: 2012.
Género: Novela Juvenil Paranormal.
Páginas: 313.


Hay un momento en la vida en el que aún estamos a tiempo. 
Aún podemos elegir aquello en que vamos a convertirnos. 
Lo que deseamos ser. 
Abel está en ese momento crucial de la vida: tiene diecisiete años y se ha enamorado.

22 de febrero de 2014

Matar un ruiseñor, Harper Lee




Nombre: Matar un ruiseñor.
Autor: Harper Lee.
Editorial: Biblioteca Grandes Éxitos
Fecha de publicación: 1960.
Género: Narrativa.
Páginas: 452


Atticus Finch es un abogado viudo y padre de dos hijos. Jeremy (conocido como Jem) a punto de cumplir diez años cuando empieza la novela y Jean Luis (conocida como Scout) con seis años. Un hombre de principios morales muy arraigados que intenta educar a sus hijos, que no lo llaman por su nombre sino por el de Atticus, un modelo de conducta intachable.
Esa misma rectitud de principios le lleva a defender a un negro acusado de la violación de una joven blanca, aún a sabiendas de que eso va a llevarle a un enfrentamiento con el resto del pueblo, que no puede entender cómo un blanco puede defender a un negro frente a otro blanco, incapaz de comprender cómo puede creer la palabra de un hombre de color.
Todo ello en Maycomb, un pequeño y aburrido pueblo del interior del Sur de Estados Unidos en el año 1932, todavía con la penuria que la gran depresión del 29 trajo al país. Una penuria que lleva a muchos de los clientes de Atticus a pagarle con género, pues no tienen dinero.

19 de febrero de 2014

Me enamoré mientras dormía, de Moruena Estríngana

¡Hola pequeños! Ya dije que tenía muchas cosas preparadas para el blog y pendientes por hacer, así que vamos a empezar con una de ellas: la reseña de la novela que os comenté ayer. Me la compré el viernes (ir a la sección de "cosas" si no sabes de lo que hablo y entra en la única entrada que hay :D) y ya la he acabado, así que voy a hablar un poco de ella. (Ah, a partir de ahora voy a usar los iconos que estáis viendo para todas las reseñas, aunque dejaré los de Relp y Las carreras de escorpio -de momento- como están).
Vamos a ello.




Nombre: Me enamoré mientras dormía.
Autor: Moruena Estríngana.
Editorial: Nowe Evolution.
Fecha de publicación: Enero 2014.
Género: Romántica Young Adult.
Páginas: 504.


Mi nombre es Haideé. Han pasado tres años desde que desperté del coma, pero aún siento cómo me estremezco cada noche cuando sucumbo al sueño. Y lo que es aun más intrigante, noto cómo mi subconsciente trata de decirme algo. ¿Qué? 
Eso sin olvidar que mi mundo es un caos: mi madrastra quiere destruir mi vida anónima, lejos de lujos y gente superficial. Mi hermana quiere hacerme la vida imposible a toda costa. El hijo rico de un amigo de mi padre no acepta un no por respuesta. 
Y lo que es peor de todo: me estoy enamorando de alguien que no solo me hará daño, si no que es un imposible, porque su pasado no gustará nada a mi padre y  si este  se entera de mi atracción por el chico malo de la clase, hará cualquier cosa por separarme de él. Incluso volver a meterlo en la cárcel. 
Mi vida no podría ser peor... ¿O sí? Pues cuando Ziel me mira con sus penetrantes y misteriosos ojos negros, siento que ya lo he visto en alguna parte. ¿Pero dónde?

18 de febrero de 2014

Cosas#1. Adquisiciones, presentación de "Me enamoré mientras dormía" y otras cositas.

¡Hola pequeños! Tenía muchísimas ganas de estrenar esta sección, hay tantas y tantas cosas que no os he contado...¡y me moría de ansiedad por hacerlo! Tengo dos entradas para hacer acerca de presentaciones o actos, y tres de adquisiciones, así que tengo trabajo para hoy:D.
Empecemos: en primer lugar, las adquisiciones. Este viernes fui a Alicante, a la capital, a una presentación de Moruena Estríngana que realizó en la casa del libro, y me llevé estos dos preciosos. Los adoro, los amo. Son tan bonitos y llevaba tanto esperando por ellos... (Como podéis ver, Moruena me firmó su novela después de la presentación. Me encantó poder hablar con ella otra vez y comprar su libro, es muy especial ^^).




Novedades del blog

¡Hola, pequeños! Siento haber tardado tanto en "aparecer" en el blog, he estado tan ocupada que ni siquiera he podido escribir, es agobiante... Pero tranquilos, que tengo una temporada más tranquila a partir de ahora y podré escribir, reseñar y miles de cosas.
Antes de todo eso, me gustaría comentar algunas novedades que van a haber en el blog.

La primera: la sección "Dejando huella" va a convertirse en "Reseñas". ¿Y eso porqué? pensaréis. Bueno, todo ocurrió hace cuatro días. Estaba mirando la sección desde mi móvil, y pensé...Aquí es donde hablo acerca de los libros que me han enseñado algo, ¿no? Pues debería hablar de todos los libros que me he leído, porque todos me han mostrado algo, aunque la historia no me haya llegado tanto como otras. En cierta medida, parece hasta injusto que no nombre a los otros libros, porque, aunque no me hayan llegado a encantar, también se merecen un hueco aquí. Todos muestran algo.
Así que a partir de ahora subiré reseñas de los libros que me lea, espero que más seguido que últimamente (seguro). Ya tengo una lista bastante grande de bebés que tengo que reseñar, ¡así que no os vais a aburrir en absoluto! Mañana mismo empezaré con la reseña de un libro bastante especial que me compré el viernes, en un rato os cuento cuál es :D.

Segunda: he eliminado la sección "frases". ¿Por qué? Pues...hubo unos cuantos problemas el mes pasado, problemas con algo llamado plagio. No sé quién, pero alguien que se metió en el blog empezó a mandar mis frases a una página de facebook que las empezó a compartir sin autorización mía ni decir mi nombre... Por lo menos pude hablar con la página y aclarar las cosas, ellos me pidieron perdón y borraron mis cosas, alegando que un amigo suyo se las había enseñado sin decir de quién eran...pero aún así, el incidente ha quedado latente y ya no me fío en absoluto. No es lo mismo que los relatos: las frases son parte de mí, algo mucho más íntimo y más personal que un cuento, si lo copias y lo plagias estás traficando conmigo. Así que he decidido eliminar esa sección y dedicarme exclusivamente a los relatos (¿exclusivamente? ¡No!). Mentira, borro esta sección, pero tengo pensado abrir varias que serán mucho mejores :D.

17 de febrero de 2014

Aleiana

La soledad, esa pútrida soledad. Y el miedo, tan oscuro y demacrado que temo que un día acabe arrancándome la piel a pedazos. Ambas cosas destrozan el alma y sumen a los débiles en la subconsciencia y el olvido. Son los reyes de la locura, y, por ello, son muy temidos. No hay siquiera un corazón que no se estremezca, dudoso, al escuchar esas palabras.
Es doloroso pensar que forman parte de mí.
Me hallo aquí, encerrada, en medio de un bosque interminable. Sus árboles son negros y grises, plagados de nubes de tormenta. El suelo, lleno de tierra y húmedo, acaricia las plantas de mis pies desnudos. Las estrellas, coronando un anochecer congelado en el tiempo, de tonos azules y rosados, parecen reírse de mi desgracia. Un cuervo aletea débilmente de un árbol a otro. Me sorprende ver que es de color blanco, y, además, que tiene los ojos negros como el alquitrán. Se detiene en una rama próxima a mi posición y me observa con su mirada acuosa y tenebrosa.
Las manos me tiemblan. Las piernas parecen haber perdido la capacidad de responderme. Mi piel ha dejado hace rato de sentir otra cosa que no sea el frío, esas ráfagas heladas que me quitan las fuerzas a cada segundo.
Estoy desnuda, hambrienta, desorientada y cansada. Me dejo caer de rodillas y mi cuerpo apenas se sobresalta cuando siente el mordisco del mugriento y húmedo suelo. El cuervo, divertido por mi rendición, baja aleteando hasta llegar frente a mí y vuelve a observarme.
Suelta un graznido. Me tapo los oídos y susurro que se detenga. Vuelve a gritar, aletea en un frenesí salvaje, unas cuantas plumas azotan mis mejillas. Vuelvo a murmurar que se detenga, con el pelo negro rozando mis hombros desnudos, pero éste no parece haberme entendido. O es que tal vez no puede.
-¡Aleiana! ¡Aleiana! -grazna, ahora de forma más fuerte, y logro entender en sus gritos mi nombre. Alzo mi mirada azul hacia él, encontrándome con su pico blanco a pocos centímetros de mi cara. Al ver que le escucho, se detiene.

8 de febrero de 2014

Hasta el último vuelo

Ahora te siento,
ahora te encuentro,
en tus brazos se me para el tiempo.
Escapo, sueño, duermo,
contigo todo tiene un sentido.
Quisiera darle rienda a mi sentir
amar reír seguir
amarte, besarte, abrazarte
Siento que eres mi vida mi ser mi todo
por ti sangro por ti lucho por ti lloro
por y para siempre
Hasta el último vuelo.

Caminos

Todos tenemos una historia que contar. Todos, seamos quienes seamos, llevamos un pasado a rastras, un conjunto de imágenes, de olores, de momentos, de sensaciones que nos han marcado, y, que de algún modo, nos han hecho ser quienes somos.
Yo veo la vida como si fuera un camino, una senda que se alarga hasta el infinito. Por mucho que alcemos la mirada, no podemos ver el final de la travesía, por lo que debemos seguir caminando.
Esta no es sólo mi historia. Es la mía y la de mi manada. La de las personas a las que amamos, la de las que hemos dejado atrás. En cierto modo, ésta puede ser también la tuya, la de todas las personas que, como yo, han pasado por momentos que les  han transformado en alguien diferente.
Esta es la historia de cuatro seres perdidos que lograron encontrarse. De un destino en común, de una meta que los hizo caminar juntos; vivir. No puede ser más simple: vivir crea una urgencia, la necesidad de ser libre, y esa necesidad te transforma por completo.
Este es el camino que he transitado, el mío y el de las personas que más quiero.

5 de febrero de 2014

Love

"De repente lo solté porque no podía soportar seguir tocándolo. Me eché hacia atrás deseando poner distancia entre nosotros, deseando alejar a mi dolorido corazón, que no cesaba de sufrir cuanto más permanecía al lado de él.
Él hizo un ruido extraño, tan inusual que me giré para verle la cara.
Lo que vi me dejó paralizada.
Él estaba llorando. Lloraba y las lágrimas dejaban rastros húmedos y borrosos sobre sus mejillas.
Eso me sacudió de pies a cabeza. Sentí que iba a desplomarme de un momento a otro como no abandonase esa habitación.
No pude hacerlo.
Me llevé las manos a la frente y me tapé los ojos. No podía mirar. No podía mirarlo y ver el mismo sufrimiento que yo estaba sintiendo reflejado en sus ojos.
-No podemos seguir así -musité al cabo de un rato con voz quebrada. Él alzó la mirada hacia mí, y sus ojos castaños volvieron a llevarme a una época en la que podíamos dejarnos llevar por nuestros sueños.
Se llevó las manos a la cabeza y se acarició el pelo castaño en un gesto convulsivo. Sus dedos temblaban. Yo también lo hacía.
Ambos necesitábamos algo que no podíamos obtener. No éramos libres, y esa era nuestra condena.
-Lo siento. Lo siento de verdad....yo...no quería que pasara todo esto...-su voz se convirtió en viento. El frío me arrancó la piel a dentelladas.

No pude soportarlo. Me di la vuelta y abandoné la habitación, dejando a Ash y al ventanal abierto que representaba todos nuestros sueños, las miles de preguntas que nunca podríamos hacernos. Dejando atrás la libertad que nunca podría obtener".

Dawnfall

Ésta es la historia de un chico. Bueno, en realidad es la de un ser que antes era un chico y que no sobrevivió a sus demonios internos. Ésta es la historia de alguien que se precipitó al vacío y se convirtió en oscuridad.
Ésta es la historia de la Muerte.
Él era un joven normal como tantos otros, aunque sus gustos distaban de ser los de un adolescente corriente. Le gustaba leer, la música y el bosque; le gustaba la soledad y la tranquilidad. No bebía, no fumaba, no se drogaba. Calificaciones excelentes. Mente brillante.
Además, sus padres no eran ricos, pero sí tenían dinero.
Lo que le faltaba a nuestro protagonista era la sonrisa.
Cuando lo conocías por primera vez, ese detalle podía escapar de la vista. Puede que incluso a la segunda vez no te percataras. Pero a las siguientes...sin duda, nuestro pobre chico no tenía luz en su interior. Sus ojos verdes oscuro dejaban perfilar la luz del sol, pero no había en ellos alegría. Tampoco sus labios se elevaban en una sonrisa cuando sus padres hacían bromas con él en la cocina, ni cuando un compañero de clase se sentaba a su lado.
Estaba solo.
Tampoco era que le importara demasiado; para él no había nada más importante que su mundo interior, que las penas que le asolaban constantemente (penas que no compartía con nadie y cuyo conocimiento no poseía nadie) y que además, formaban problemas en su imaginación, anagramas y esquemas que completaba en su cabeza para no percatarse de lo que ocurría en el mundo exterior.
¿Qué le pasó a este chico para desear desaparecer? Te pensarás. Pues bien, la respuesta es simple: amor.
Cuando alguien pierde a un ser amado, se convierte en oscuridad. Cuando se te retira aquello que te ha dado dicha por un largo período de tiempo, te quedas vacío.
Ella se llamaba Elle, y vivía en el mismo barrio que nuestro protagonista. No tenemos ningún nombre para él, así que lo llamaremos Drake.

White farewell

En mi pueblo siempre han habido leyendas. Es normal, ¿no? Nuestro pueblo es un lugar pequeñito, cerrado y alejado del mundo, de lo nuevo, de lo real. Aquí, casi a tres horas de cualquier ciudad, lo que reina es el misterio. La magia, por así decirlo.
Predomina lo fantástico de lo real; los cuentos que se les susurra a los niños antes de acostarlos en la cama se vuelven ciertos; los supuestos peligros contados desde la luz de una hoguera, palpables, tan creíbles que sientes los golpes de tu corazón en el pecho.
Aquí todos sienten miedo.
Yo no solía interesarme por los cuentos ni las leyendas. Para mí no eran más que cuentos de viejas, falsos e irreales.
¿Cómo acaso iba a creer que los cuervos te susurraban al oído el día de tu muerte si te internabas en el bosque, o que si salías al viejo lago y te asomabas a su superficie podrías ver la cara de tu alma gemela? ¿O que si veías un Lobo Blanco y éste te miraba, significaba que tu amor verdadero moriría?
Yo no creía en nada de eso. Claro que no.
Creía en la ciencia, creía en mí. Y me iba bien.
Hasta que la encontré a ella.
Y descubrí que todas esas historias eran verdad.

Flame

-Entonces no crees que soy un monstruo -susurro. Estoy tumbada de espaldas en el suelo, y observo el cielo azul mientras espero la respuesta de Ian. La hierba de color dorado como el sol se sacude ligeramente a causa de la brisa, y me acarician los brazos desnudos. Veo que se me ha enganchado una brizna de hierba en el vestido blanco que llevo.
Oigo la voz de Ian lejos, y a la vez cerca de mí.
-¿Por qué tengo que creerlo? No lo eres, solamente eres una chica que tiene una enfermedad poco común.
Una nube tímida y fina aparece en mi campo de visión. Tiene forma de flor y se deforma conforme avanza por el cielo. El viento me llena la nariz de aromas: tierra seca, polvo, hierba, el olor de Ian. Todos los olores influyen de algún modo sobre mí, y me hacen estremecer de placer. Aunque debo decir que unos afectan más que otros.
-A pesar de todo me gusta ser quien soy. No pienses mal de mí, odio algunas cosas de mí misma pero...amo ser quien soy.
Una ramita cruje cuando Ian se incorpora y me mira. Desde abajo parece un gigante. El viento ha alborotado su pelo castaño y sus ojos brillan un poco. Me observa un rato y luego vuelve a tumbarse. Suspiro e intento calmar a mi corazón.
-Nunca he pensado mal de ti. A mí también me gusta lo que eres...pero...todo sería distinto si...
Noto que traga saliva, y sé que le afecta decir el final de la frase, así que le ayudo.
-Si no tuviera tan poco tiempo -concluyo.
Lo oigo suspirar a través de nuestra barrera de hierba seca.
-Sí.
-Sabes que no puedo hacer nada para...si yo pudiera...
Su voz suena ronca cuando vuelve a hablar.
-Para, por favor. No quiero hablar de eso ahora.
-Vale.
Nos quedamos callados observando el cielo. Un águila real ha aparecido de la nada y ahora vuela sobre nuestras cabezas trazando débiles círculos. Alzo la mano hacia el cielo como si lo pudiera tocar, y cierro los ojos imaginando lo que se siente al estar ahí arriba, volando.
Es una sensación que conozco muy bien.
Ian y yo suspiramos al mismo tiempo, y a través de las ramas puedo verle la cara. Me mira. Sus ojos tienen un tono caramelo que me desconcierta.
Necesito pensar en otra cosa que no sea mi muerte próxima, necesito pensar en otra cosa, fin.
Respiro hondo e intento ahondar en mis recuerdos, buscando algún momento gracioso que nos haga reír.
No encuentro nada. Seguimos en silencio. Al final digo lo primero que se me pasa por la cabeza.
No puedo soportar más este silencio.

Imposible

Me estremezco. Tengo más miedo del que he sentido en toda mi vida. Las manos me tiemblan tanto que tengo que cerrarlas en puños para intentar que al menos los temblores no sean visibles.
"Tranquila. Aguanta" pienso.
Los nudillos se me vuelven blancos. Me quedo extrañada mirándolos, clavando la vista en el blanco que inunda mis dedos mientras sigo estremeciéndome.
Aunque intente calmarme no lo consigo, y eso me duele más que la herida que tengo en el hombro, cerca de la base del cuello. Cae sangre. Puedo ver los surcos, las gotas carmesí cayendo por mi pecho.
Cierro los ojos.
"Aguanta".
El bosque sigue en silencio, y eso me aterra. La luz de la luna hace brillar la sangre, que parece plateada.
Los latidos de mi corazón retumban en mis sienes con un golpeteo constante, como si alguien estuviera tocando un tambor en mi cerebro. Duele.
Me pregunto cuánto tardaré en morir.
Mi camiseta gris ahora tiene manchas oscuras, sendos senderos negros como el abismo a causa de la sangre.
Estoy tumbada en el suelo. El tiempo pasa, y el dolor sigue carcomiéndome.
No puedo quedarme así. Tengo que levantarme.
Intento incorporarme poniendo las manos (aún cerradas en puños) bajo de mí.
Me incorporo soltando un grito. La herida arde, quema. Vuelvo a caer al suelo. La mejilla se me mancha de tierra.
-Oh, dios -digo entre jadeos.
La humedad del suelo del bosque me alivia, pero el dolor es insoportable.
Miro a mi alrededor. Los árboles caducifolios me devuelven la mirada, una mirada oscura, vacía y silenciosa. El vello de mis brazos se pone de punta. El frío mezclado con la humedad empapan mis ropas y mi piel. Siento la tierra mojada entre mis dedos. Huele a hojas húmedas y a tierra.
Tengo miedo. Estoy sola y herida. Pienso en Kiba. Tengo que encontrarle. Si me falta poco, tengo que verle de nuevo.
No he podido ponerme de pie. Dudo que pueda caminar con el dolor que siento.
Desgraciadamente sólo puedo esperar hasta que el dolor mengüe un poco. Intentar...
No sé en qué estoy pensando si creo que el dolor va a mitigarse.
En un momento dado, oigo un crujido, y unos matorrales a mi derecha se mueven. Una figura surge de entre la maleza y corre a mi encuentro.
Sus ojos azules me taladran cuando se coloca a mi lado. No hace preguntas, cosa que le agradezco; no sabría qué responderle.

Shen

Observé el cuerpo sin vida de Shen, sintiendo compasión. Su pelaje se iba cubriendo de nieve conforme la nevada aumentaba de intensidad. Un cuervo graznó en un árbol cercano, y no pude más que suspirar. Aunque no quisiera, sabía que el cuerpo de Shen acabaría en mano de los animales del lugar.
Bueno, tal vez debía ser así.
Pensé que todo habría sido diferente si él hubiera querido.
-Ojalá hubieras sabido escuchar -dije arrodillándome a su lado y enterrando la mano en su pelaje marrón. El tacto de los pelos me impresionó. A pesar de estar húmedos por la sangre, seguían siendo tersos y duros.
Como su corazón.
Sus ojos me devolvieron una mirada vacía.
-Cuando llegue el invierno, amigo. Cuando llegue el invierno -susurré, consciente de que él no llegaría a verlo.
Me levanté y sacudí la nieve que se había adherido a mi chaqueta.
La luna asomaba entre los delgados y tenebrosos pinos.
Suspiré, me coloqué el sombrero y me alejé del lugar poco después de que el cuervo volviera a graznar y emprendiera el vuelo hacia el cadáver del lobo.

Libertad

Volaba. A mi alrededor, la gente gritaba, el mundo se movía y me daba la sensación de que iba a caer. ¿Pero, y qué? Nadie podía pararme. Iba tan rápido que la luz o más, y no me importaba nada.
 Era libertad. Todo mi cuerpo cantaba esa canción. Gritaba, y el viento acariciaba mi piel, haciendo que mi corazón fuera muy rápido.
Me sentía vivo. Estaba vivo.
El caballo dejaba una estela de huellas tras de sí, y cada zancada se acompasaba con los latidos de mi corazón. Las crines de mi montura me abofeteaban las mejillas y sentía su piel caliente contra la mía.
Vivo, vivo, vivo, vivo, no dejaba de susurrarme.
A nuestro lado, el acantilado se abría dejando ver el océano, como si las olas estuvieran corriendo con nosotros, tentándonos.
Nadie, nunca nadie podría quitarme esta sensación, este sentimiento. Yo era el viento y a la vez el océano, y las dos cosas formaban parte de mí.
La sal cubría mis pestañas, tenía los pulmones llenos de arena y de olor a mar, pero me sentía en el cielo.
Así era libre.
Así era yo.

Sangre de cazador

Lo observo desde la distancia. Mi corazón late tan fuerte y tan rápido que no logro escuchar nada más.
Tras de mí, el resto de la manada corre por su vida. A pesar de que no pueda oírlos, siento cómo se van alejando.
Pero yo no puedo moverme. No hasta verlo.
La luz de la madrugada tiñe el bosque de rojos, amarillos y naranjas. Los árboles parecen estar bañados en sangre. En cuanto el sol asome del todo lo estarán de verdad.
Alzo las orejas. Espero. La bruma del amanecer acaricia mi pelaje y se interna en mis pulmones llenos de tierra. Exhalo. Espero mientras mi aliento desaparece con el viento.
Entonces, le veo. Aparece de entre los árboles como un fantasma, siniestro y oscuro. La luz dibuja su silueta, que es negra como una noche sin luna.
Mi corazón sigue retumbando. Tiemblo. Tengo miedo.
Sus ojos verdes brillan con un tono salvaje.
No es él mismo. No es al Ian que yo conocía. Ahora él es un cazador, un depredador. Caza lobos, y yo soy una loba.
Yo soy su presa.
Va comiendo el terreno zancada a zancada, sigiloso, pero sin esconderse. Sabe que él no debe tener miedo.
Quiere matarme.
Los rayos del sol hacen relucir el arma que porta en las manos. Es un objeto que huele a muerte y a miedo.
Cargará contra nosotros.
No puedo moverme.
Oigo la voz de un Ian diferente, del que logró llegar a mi corazón. Recuerdo los momentos que pasamos juntos.
Quiere mi sangre.
Lo he perdido.
Ahora apenas nos separan cuatro metros de distancia.
Alza la mirada y sus ojos me encuentran a mí. Una luz grotesca cruza su pupila y sé que está sintiendo el ansia de la caza. Levanta el arma. Una leve brisa juguetea con los mechones de su pelo, que es de color rojizo como el pelaje de un zorro.
Mi pelaje castaño claro se estremece de nuevo. Agacho la cabeza sin dejar de mirarle.
Su piel tiembla, pero no de miedo; es por la emoción.
Prepara el arma y quita el seguro. El <> resuena en mi cabeza mucho tiempo después de que haya finalizado.
Respiro agitadamente. Suelto un gemido.
Podría correr. Podría salvarme.

No quiero hacerlo.

Observo sus ojos. Aprieta el gatillo. Cierro los míos.

A veces, es mejor no escapar. Cuando alguien a quien quieres está perdido o perdida, puedes perderte con él o con ella para ayudarle a seguir el camino correcto. Sacrificarte.

***

Cuando la loba cayó, Ian sintió que le arrebataban un pedazo de su alma. Sin saber porqué, rompió a llorar, y se dejó caer de rodillas al lado del cuerpo de la loba. El viento jugueteaba con el pelaje del animal, excepto en la zona donde se había producido el disparo. La sangre cubría toda esa parte y los pelos del pelaje no se movían, sin inmutarse ante la suave brisa.
Había acertado en el lomo, justo en la zona anterior, en el corazón. Una muerte rápida.
La luz del sol hacía brillar la sangre de un modo tan grotesco y antinatural que a Ian le entraron ganas de vomitar. Contemplando el cuerpo de la loba, fue invadido por una tristeza inmensa.
-No debería haberlo hecho...-susurró, enterrando la mano en el suave cuello del animal-. Yo...yo no quería, de verdad...
Las lágrimas recorrieron sus mejillas, y le llegaron al alma de un modo tan profundo que sintió desasosiego.
Lejos, en la distancia, oyó un aullido. Se extendió quedo entre la maleza para extinguirse poco después. Sintió que una parte de él lloraba con el compañero de la loba caída.
Al rato, otro lobo cantó, y otro más. En poco tiempo el bosque quedó invadido por los lamentos de la manada.
Ian se estremeció, porque notaba el pesar y la tristeza que reflejaban las canciones de los lobos.
-He arrebatado tu vida -dijo secándose las lágrimas-. Y a cambio sacrificaré la mía.
Dicho esto, alzó la cabeza y aulló como los lobos estaban haciendo.
Algunos callaron, pero otros continuaron despidiéndose de su compañera. No tardaron en aparecer entre los árboles, rodeando a Ian y a la loba muerta.
El chico no temía a los lobos. Había hecho un pacto e iba a cumplirlo.
Con un gemido se quitó la ropa y la dejó junto a la loba.
-Lo siento, pequeña -susurró, y corrió hacia la manada.
Antes de llegar hacia ellos ya se había convertido en un lobo de color rojizo que brincaba de felicidad. Algo de los ojos de Ian cambió para siempre, y también su corazón.
Cumpliría el trato: daría su vida viviendo como un lobo por haberle arrebatado la suya a la loba. Así lo dijo, y así se cumpliría.
Cerca de allí, en un árbol, un águila emprendió el vuelo. Era de color castaño claro y su vuelo entonaba una canción.
Se alejó volando entre las nubes, y cuando ascendió hacia el sol, se convirtió en luz.

Destinos cruzados

"Hayko y Laura son dos seres diferentes.
Él es un lobo, y ella una humana, pero su unión es tan fuerte, su vínculo tan estrecho, que no importa.Ambos son dos seres que han sido repudiados por la sociedad, dos criaturas llenas de dolor y soledad que se encontraron y complementaron.

Ahora, él ha hecho algo horrible. 
Ahora, deberá marcharse y abandonar a su amiga para siempre. 
Ahora, los caminos se separan.
¿Volverán a encontrarse? ¿Podrá Hayko luchar por cumplir la promesa que le hizo a Laura? ¿Podrá cumplir su sueño?

Hayko.
He hecho algo horrible. Soy despreciable.
Tengo que alejarme lo máximo posible de Laura, para protegerla. Protegerla de mí mismo. Si me marcho, ella estará bien.
Debo cumplir mi promesa cueste lo que cueste.

Laura.
Me siento perdida, rota. Él no está, y yo me siento vacía. Me falta algo. Sin él no estoy completa. Es horrible pensar que seguramente no volveré a verle. Es horrible pensar que no está aquí."

Reencarnación

"Era una noche lluviosa. La niebla lo envolvía todo. Una niebla húmeda, espesa, que apenas daba visibilidad. La luna dejaba pasar trémulos rayos de luz entre la densidad que me embargaba.
Pero yo estaba ciega.
Todo estaba oscuro. No era capaz de percibir ni el más mínimo rayo de luz.
Estaba ciega.
Quería gritar, pero de mi boca no salía sonido alguno, ni siquiera la sentía.
El terror aumentaba en mí por momentos.
De repente, un lobo aulló cerca de mí. Era una loba. Estaba llamando a su hija. Su tono de voz triste y desesperado hizo que me entrara una tristeza enorme.
El pánico se adueñó de mí. ¿Cómo podía entender a la loba?
Pero la entendía. Tanto que se me rompía el corazón. Oía sus lamentos desesperados.
Justo en el momento en el que el aullido cesó recuperé la vista.
Estaba rodeada de árboles, de enormes pinos que crecían muchos metros hasta el cielo. La luna brillaba con intensidad, e iluminaba la espesa niebla que cubría el suelo.
una loba blanca se hallaba delante de mí. Sus ojos ambarinos me miraban atentamente.
Bajó la cabeza, olisqueó el aire y me observó de nuevo.
-¿Sabes dónde está mi hija? No la encuentro. ¡Necesito que me ayudes a encontrarla!
Los ojos de la loba, teñidos de tristeza, se clavaron en mí.
Esos ojos.
-Por favor -dijo gimiendo.
"Esto tiene que ser un sueño" pensé.
-¿Cómo se llama? -dije.
-Líana.
Retrocedí. El pánico estaba empezando a adueñarse de mí. Me empezaron a temblar las piernas y el corazón estalló en mi pecho.
-¡Ayúdame a encontrar a Líana!
Intenté gritar. Abrí los ojos. Me encontraba en mi habitación. Me miré las manos y vi que temblaban. El sueño seguía haciendo efecto.
Y el terror seguía inundándome, porque Líana...
...soy yo."

Cambio

"Todo tiene un principio y un final. En las estaciones, la primavera inicia el círculo y el invierno lo cierra; el final de la vida es la muerte.
Hay veces que los finales duelen. Cuando terminamos un libro, nos quedamos con ganas de leer más, y algo nos rompe por dentro cuando nos damos cuenta de que ya no podemos seguir leyendo. Al árbol le duele que le caiga su última hoja en invierno.
Pero a veces los cambios son necesarios: las hojas aparecen de nuevo, cogemos otro libro, otra vida empieza.
Todo continúa su curso.

Y todo, queramos o no, cambiará. Por mucho que no queramos el invierno volverá, las hojas se caerán, y tendremos que seguir adelante con la esperanza de que el círculo empiece de nuevo. Es en ese momento en el que nos damos cuenta de que nuestra vida siempre ha sido así. A partir de entonces querremos cambiar el curso del círculo, pero no lo intentéis. Lo mejor es aceptar que llega el invierno, y aguardarlo con una sonrisa, pues en el fondo sabremos que volverá la primavera, que la luz saldrá de entre la oscuridad."

Hielo

"Hace frío, un frío helado, horrible. Un frío que se te mete a través de la piel, mordisquea los huesos y te hace sentir débil, un frío que convierte tu pelaje en hielo y tu aliento en bruma que no sale de tu garganta. Hace tanto frío que ya no somos perros, sino fantasmas helados, espectros de hielo que están fríos por todos lados, como la nieve que respira bajo nuestras patas. Hay sol, pero no calienta. Sólo está en lo alto, impasible, tan helado como la tundra que nos rodea, tan muerto y tan frívolo como el viento que nos hace trastabillar.
Pero, en realidad, es ese frío el que nos incita a seguir corriendo, el que nos impulsa.

Dentro de cada uno de nosotros hay un corazón que ansía calor, un calor que hemos conocido y que añoramos, un fuego que sólo existe de momento en nuestros recuerdos. Y es ese frío el que mordisquea a nuestras patas cuando se hunden en la nieve, y al hacerlo nos invita a seguir adelante, a pensar en ese calor que deseamos, a recordar a esa llama que nos espera al final del viaje."  Jade, Cries of Winter.

Oscuridad

La oscuridad palpita a mi alrededor. Las estrellas tiemblan en lo alto, y sus luces emiten destellos diferentes, mágicos.
-Tengo miedo -susurra Dawn a mis espaldas, tan cerca que siento su aliento en mi cuello y oído, y me hace estremecer.
No sé la razón. Estoy tratando de averiguarlo.
Avanzamos lentamente entre los matorrales, y, de repente, oímos un gruñido grave que se eleva hacia las estrellas.
Mi primer pensamiento es proteger a Dawn.
Un lobo blanco con ojos azules salta hacia nosotros.
Corro hacia la loba sin mirar atrás.
Sólo me repito: tienes que salvarla, tienes que salvarla, tienes que salvarla...


No miro atrás.

Besos

Suspiró en mi cuello, y no pude evitar pensar que estábamos muy cerca, a escasos centímetros el uno del otro. Si me hubiera acercado un milímetro más, nos habríamos besado.
Observé sus ojos, que, como siempre, emitían destellos de verdes diferentes, todo un mundo lleno de bosque encerrado en un espacio tan pequeño. Me recordaba a todo lo que amaba, y más.
Me recordaba a una vida que no era mía.
Alcé la mano, y le acaricié la mejilla. Ella se estremeció ante mi tacto, y me di cuenta de que su pelo olía a nieve, a invierno, a lluvia helada. Me gustaba todo eso.
-Jade...-susurró, y se incorporó, quedando frente a mí. Su voz tenía un tono de urgencia, de jadeo, de deseo de algo, que me hacía querer acercarme más a ella.
Le volví a acariciar la mejilla, recorriéndole el pómulo hacia delante y hacia atrás, lentamente.
Enredó una mano en mi pelo y colocó la otra en mi cuello. Sentí su respiración, así como el olor de su piel, que olía a lobo, a monte. Contemplé sus ojos de nuevo y supe que no podía resistir más.
Dejé de luchar.
La atraje hacia a mí, y con un jadeo, la besé. Sus labios eran lo más suave que había acariciado en toda mi vida. Me hacían arder de arriba a abajo. No podía respirar. Me preguntaba si volvería a hacerlo algún día.
Acaricié su pelo y su mejilla, mientras nos fundíamos en un mar de besos, de susurros.
Me sentía vivo. Muy vivo.
Mi cuerpo ronroneaba con la melodía que hacía su olor y el pulso de su corazón, que iba muy rápido. La estreché contra mí, la abracé, y note el gusto de la tierra en sus labios. Me sentí tan libre...
No podía dejar de arder.


Tampoco quería apartarme.

Recuerdos

Oí el recuerdo de una canción que nunca había escuchado antes, y me encontré con sus ojos. 
Eran del color más extraño que hubiera visto jamás. De color avellana, parecían tarros de miel calentados al fuego.
Quise susurrar el nombre de Hayko, pero pensé que era una locura.
En ese momento no sabía que los lobos o los humanos podían ser algo más. 

Venganza.

La hoja corta la carne, y me sacude un estremecimiento de placer, de oscuro regocijo. La venganza no se sirve siempre en plato frío.
La sangre tiñe la nieve de rojo, y los cuervos piden su parte con graznidos roncos y graves, agitando su plumaje negro y escrutándolo todo con sus ojos azabaches y calculadores.
La gloria recorre mi cuerpo.
Me siento bien, o mejor que bien.
Me siento imparable.

The Blood Faith Races

Epílogo.

Silencio. El silencio destroza la escena, rasga el papel y mata el tiempo. El silencio arrebata toda vida, la desgarra.
Mi aliento se extiende hacia el cielo, formando nubes que se separan de mí y fluyen hacia lo alto. Hace frío, y mucho, pero a mí eso no me importa. Me gusta, me hace sentir viva.
Cierro los ojos y escucho los latidos de mi corazón. Tardo un poco, pero al final, los encuentro. Es increíble y maravilloso oír ese sonido, saber que hay calor dentro de mí, que estoy viva. Me parecía tan inhóspito seguir viva al final de la carrera, me parecía tan imposible conseguir ganar...y sin embargo, lo he conseguido. Lo he logrado. A pesar de todo.
Suspiro, y el viento alborota mi pelo castaño. Cierro los ojos y me imagino que sería si él estuviera aquí, conmigo. Caleb. Recuerdo su grito, su llamada.
-¡Dawn! ¡Huye! ¡Corre!
Su voz estaba rota y sesgaba el silencio; casi parecía que el destino se burlase de mí. Quise huir, salir corriendo, pero no pude apartarme. No pude irme de su lado.
Jade levantó la espada, y cuando la bajó todo lo que amaba quedó reducido a pedazos. Se marchitó y ya no tenía sentido seguir luchando.
No entiendo cómo logré vivir, cómo después de todo me salvé.
Respiro lentamente. Sombra me acaricia el hombro con el hocico. Me transmite con sensaciones cómo se siente; triste, apesadumbrado, aliviado.
Ojalá pudiera decirle que también estoy aliviada, pero no es así.
Cojo las riendas y empiezo a caminar por la tundra. Mis pies dejan huellas en la nieve, recuerdos que se extinguirán, como el viento.
La llanura blanca se extiende hacia el horizonte, una basta promesa de libertad, de vida.
Aunque yo no siento que esté viva.
El alcalde me pone una mano en el hombro.
-Dawn, tienes que recoger el premio.
Giro la cabeza y me encuentro con su mirada de suficiencia. No puedo seguir mirándole, así que continúo caminando con la vista fija en el suelo.
-No lo quiero. Quédese todo.
-Pero...Dawn...
Agarro las crines de Sombra y me subo a su silla con ligereza. Sin darle tiempo a hablar, mi caballo empieza a galopar, lejos del pueblo, lejos de las carreras.
Lejos de los recuerdos.
Y de la muerte.

Prólogo.
El miedo hace galopar a mi corazón, se marcha lejos, y mi mente intenta huir de este lugar, de este momento. 
Muchas veces me preguntan cómo es montar a caballo. Qué se siente. La verdad es que nunca sé muy bien qué responder.

Podría contarles muchas cosas...como que el tacto del cuero de las riendas es duro, resistente y fuerte, y que me siento segura cuando esas tiras me rodean las manos. O que cuando estoy encima del caballo, me olvido de mi mundo, de mi realidad, de forma que no soy la misma. También, podría decir que sientes el suelo vibrar bajo tus pies, al compás de los pasos de la montura, que sientes cómo sus músculos se tensan y se destensan, en un círculo vicioso que deja ver la increíble fuerza del animal...y entonces, te unes con él. Formas uno con el caballo, como si fuerais el mismo organismo, como si fuéramos el viento, esas ráfagas que siempre aparecen antes de las tormentas, esas brisas fuertes pero suaves, que te rozan la mejilla.

Alguien me dijo una vez que la mayor unión que existe en el mundo, la unión más fuerte, es la que siente un hombre con su caballo. Que nadie puede romper esa amistad, ese vínculo que se forma.

Es cierto.

Dentro de tres días, cómo todos los años, se celebran las Carreras de Sangre de Fe. Es una competición, una mezcla de supervivencia, de astucia, de habilidad. Trece personas, una de cada familia, deberán correr, y una saldrá victoriosa.
Las demás morirán en el intento, no importa cómo, pero sólo uno se salva.
Son muy peligrosas, los terrenos por los que hay que correr son difíciles, los depredadores nos estarán vigilando para esperar el momento oportuno para saltar sobre nosotros, para darnos caza. O si no, habrán algunos corredores que se matarán como siempre, por la vida.

Empieza una semana difícil para aquellos que corren las carreras...yo participo. Soy la única hija de mi familia, y mis padres ya corrieron...sólo me toca a mí.
Debería de tener miedo...pero no lo tengo. Más bien, me siento...vacía.
La cuenta atrás ha empezado, y cuando termine, empezará la carrera contrarreloj. Todo está en nuestra contra al principio, a menos que seas el primero.

Estoy sentada en la cama de mi habitación, mirando la pared de piedra. No puedo tener los ojos abiertos, pero tampoco cerrados.
Si los abro, veo la carrera, y si los cierro, también.
Es una pesadilla que me persigue hasta cuando no sueño.
La luz de la luna ilumina lentamente la ventana de madera de mi habitación. Desvío la mirada para ver cómo tiñe las casas del pueblo. Son casas de piedra, casas antiguas. No nos hacen mucha falta, ya que la mayoría de tiempo estamos sobre nuestras monturas.

Los otros pueblos de jinetes no son como nosotros. Son nómadas, viajan por todo el mundo, a lomos de su caballo, y se valen de los recursos de la naturaleza para comer, de las estrellas para guiarse y del fuego para calentarse.
A veces, me sorprendo al imaginarme viviendo esa vida. No sé porqué, pero siempre me ha gustado. Siempre he fantaseado con ello.

Si termino la carrera, si salgo viva, eso es lo que haré. Me iré. Siempre he pensado que no tiene sentido vivir anclados a la tierra. No somos la tierra, somos el viento, ese viento que está en constante movimiento, que cabalga por todo el mundo, con pasión, con fervor, con intensidad. La tierra está yerma e inmóvil.

Yo estoy llena de vida.

Tiemblo, suspiro, cierro los ojos. Me estoy ilusionando demasiado...no tengo que pensar en ello. A lo mejor, si dejo de pensar, dejaré de tener miedo.
Lo intento, pero vuelvo a verme dentro de la carrera, vuelvo a verme inmersa en ese mar de polvo, de muerte, de competición.
Me gusta montar a caballo, más que vivir, pero odio acabar con la vida de otra persona, y odio que se jueguen la mía. mi corazón suplica: ¡Vive! ¡Resiste! ¡Tienes derecho a seguir!

Pero estoy obligada. No puedo decir que no puedo correr...pondría la vida de mi familia en peligro.

Bajo de la cama y cojo el arco y las flechas. Aprendí a usarlo desde que era niña, y en la carrera me servirá para matar, tanto animales como persona.
Me estremezco ante la idea, pero recojo unas flechas.

Cuando salgo afuera, oigo un relincho detrás de mi. Sonrío cuando veo una sombra venir hacia mí.
Es mi caballo, Sombra, un caballo negro, mi caballo. Se unió a mí cuando era potro. Los jinetes sólo se emparejan con una montura. La verdad, es que no estoy en absoluto arrepentida de que Sombra me eligiera a mí. Al contrario, siempre me he sentido halagada.
Es un caballo completamente negro, más que un abismo, más que la oscuridad misma. Ni siquiera las pezuñas son claras, son de un color gris oscuro.
Le acaricio el morro a modo de saludo, y pongo una flecha en el arco.
Apunto con la mirada hacia un árbol cercano. La luz de la luna llena lo ilumina todo, así que tengo buena visión.
Respiro lentamente, cierro los ojos, y disparo.
La flecha silba en el aire, rápida, y se clava en el árbol. Las plumas que uso para decorarlas, de color negro, rebotan contra la madera.
Bajo el arco.
Imagino los cascos, retumbando en el suelo, el polvo, invadiéndolo todo. Mi respiración, la de sombra, el calor, los demás jinetes a mi alrededor, las miradas de odio, la muerte...
Todo eso me da vueltas, y me siento de rodillas en el suelo. Sombra, al notar mi tristeza, baja la cabeza y me golpea el hombro. Le acaricio, pero aún así, no me recupero. Respiro agitadamente y empiezo a llorar.

-No. No voy a llorar -digo secándome las lágrimas-. Los demás no lo estarán haciendo. No me compadeceré por los demás. Tengo que ser fuerte, tengo que aguantar, tengo que centrarme en como superaremos esto.

El caballo relincha, y tras despedirme de él, vuelvo a casa. Me tumbo en la cama y me quedo mirando la luna.
Cuando empieza a amanecer, yo sigo durmiendo.

Mis padres me miran preocupados, y empiezan a hacer las tareas sin despertarme.




(Comentar si queréis más) 
Mi vida, por la tuya.

El caballo alzó las patas delanteras, y, por un momento, pensé que iba a morir. El viento dejó de soplar, los pájaros callaron y el tiempo parecía haberse detenido.
Pero, de repente, apareció de entre los árboles un fantasma blanco que chocó contra el caballo y lo hizo caer, al igual que a su jinete.
Del bosque, rápidamente fueron apareciendo más lobos, todos blancos como la luna, como la nieve, y se abalanzaron contra los que iban a acabar con mi vida.
Oí un gruñido a mi espalda, y me giré a tiempo para ver a un lobo gris que se acercaba con un andar tranquilo y sosegado. Pasó por mi lado, y, me encontré con su mirada durante un segundo.
Sus ojos amarillos me enviaron un mensaje silencioso.
Estamos en paz.
Era el lobo salvé hace unas semanas. Me había devuelto el favor. Me había salvado la vida.
Con la mirada yo también, le agradecí que me hubiera salvado, y me interné en el bosque antes de que los gritos del joven pudieran llegar a mis oídos.
Promesas. 

Nada puede pararme.
Recorro rápidamente la linde de la carretera, zancada a zancada, alejándome de mi anterior vida.
Dejándolo todo atrás.
Abandonando lo que amo.
El sol incide en mi pelaje y éste brilla en un universo único de negros, grises y marrones.
Debería tener miedo.
Debería.
Me hago la promesa de volver.

La mirada.


Y los susurros se mezclaron con la luz del alba, y las palabras acariciaron levemente una promesa rota hace tiempo.
En la nieve, había un cuerpo, una masa encogida y tendida sobre un charco de sangre.
Me acerqué dos pasos, y el lobo giró la cabeza hacia mí.
Al verle los ojos, me quedé sin voz.
Pi.

-¡Corre mamá! ¡Rápido, o llegaremos tarde! -gritaba el cachorro, moviendo la cola y pegando saltos. Sus ojos azules brillaban con intensidad, y su hocico no se estaba quieto, deseoso de captar todos los olores que nos llegaban con el viento.
Yo estaba a su lado, medio sentada, medio incorporada, porque el viento era tan fuerte que me empujaba. Apoyé las patas delante de mí para no caer de morros contra el suelo, y le enseñé los dientes al cachorro, emitiendo un gruñido grave.
-¡Pi, cállate de una vez! -grité por encima de las ráfagas de la inminente tormenta que no tardaría en caer, lo sabía por el olor a lluvia que traía el viento. Me gustaba ese olor a humedad, a fresco, a invierno.
Y yo amaba al invierno.
El lobezno agachó las orejas y se calló, apartándose unos pasos de mí.
Sonreí levemente y moví un poco la cola.
-Oh vamos Pi, no te enfades, pero no podía dejar que gritases tanto. Si gritas, las presas se escapan, ¿entiendes?
Pi volvió la cabeza atrás para ver si mi madre venía, y al comprobar que no, se acercó y se sentó a mi lado.
-Lo siento, hermana -dijo moviendo lentamente la cola-. Pero es que tengo ganas de empezar...
Alcé la cabeza y oteé el horizonte, observando la vasta llanura que se extendía delante de nosotros, y los montes de más allá. Inspiré lentamente, y, por un momento, me dio miedo todo el vacío que había, la inmensidad del horizonte. Comparado con la grandeza de aquello, nosotros éramos un trozo de polvo insignificante.
Giré la cabeza hacia mi hermano pequeño, y conseguí sentarme de forma que el viento me golpease a mí, no a él. Alzó la mirada hacia mí y me encontré con sus ojos azules, inocentes, aún ingenuos. Esa mirada tan pura y tan bella me dejó sin palabras, igual que la vastedad del mundo lo había hecho antes.
-Pero Pi, aún queda mucho para que podamos cazar. Antes hay que hacer El Viaje -contesté.
Agachó las orejas y soltó un gemido que se fundió con las brisas de viento.
-¿No podemos cazar primero? ¿Porqué, Faith? ¡Dímelo! Yo quiero cazar primero...
Bajé la cabeza para encontrarme cara a cara con sus ojos, e intenté mostrarme segura de mí misma. Debía ser fuerte por mi hermano.
-Aquí hay algo malo, pequeño. No es seguro seguir aquí. Tenemos que marcharnos, y cuando estemos a salvo podremos cazar tantas veces como quieras. Te lo prometo.
Volví a alzar la cabeza y cerré los ojos. No quería que mi hermano viera las lágrimas que empezaban a asomar. Recordaba el motivo de porqué era peligroso seguir donde nos encontrábamos.
Esa tierra estaba maldita. O puede que no fuera la tierra, pero debíamos alejarnos. Los cazadores humanos, los últimos que quedan en este mundo desolado, habían encontrado nuestra madriguera, y, a consecuencia de ello, la mayoría de la camada de mi hermano murió. Aún recordaba los tiroteos, los truenos que resonaron en el bosque. Yo corrí todo lo que mis patas me permitieron, cogí a mi hermano, que en esos momentos se había alejado del cubil sin vigilancia, y lo escondí en el agujero de un árbol caído, susurrándole que no se moviera de ahí. Sin perder tiempo, volví donde mi familia estaba intentando luchar para proteger a su familia.
Eran tres humanos, creo, porque apenas se podían distinguir. Llevaban pieles extrañas, que le tapaban los ojos y el hocico, y apenas se les podía diferenciar de un árbol. Detrás de ellos ladraban muchos perros, más de una manada de perros que se parecían a nosotros pero no lo eran.
Mi madre estaba a la fila, delante del cubil, de pie, con el pelaje castaño erizado, la cola alzada y los dientes al descubierto. Sus orejas estaban tan pegadas a su cráneo que apenas podía distinguirlas en su pelaje parduzco. Estaba protegiendo con su cuerpo al cachorro al que habían agredido los humanos. Su cuerpo estaba ensangrentado, encogido en el charco de su sufrimiento.
No pude pensar. Ni si quiera sé qué pasó por mi mente en esos momentos. Sólo sé que la rabia me invadió tanto que ya no pude ser consciente de mis actos.
Sí que recuerdo que maté, que acabé con la vida de muchos perros y de muchos hombres, que resultaban ser más de los tres que había contado antes. Aún tengo el sabor de su sangre entre mis dientes, el sonido que hace su piel cuando se desgarra, sus gritos, sus insultos, sus gruñidos, sus truenos. También recuerdo a los demás lobos saltando sobre los demás perros, intentando proteger a los cachorros, que estaban apretujados en el medio del corro de la manada, gimiendo y llorando, sin saber qué estaba pasando en esos momentos, pero con el olor del miedo recorriéndoles el oscuro pelaje.
En medio de todo esa confusión, conseguí vislumbrar a mi madre. Estaba defendiéndose de media docena de perros, que saltaban sobre ella, que la desgarraban, que la devoraban viva.
Grité, grité como nunca lo había hecho en mi vida. Y tuve miedo, miedo de verdad. Ese tipo de miedo que es capaz de hacer parar a tu corazón.
Corrí hacia ella, pero alguien me empujó y caí al suelo de lado, dándome en los pulmones. Por un momento, por un desagradable momento, no podía respirar. Me quedé en estado se shock, y no podía moverme ni reaccionar. Al menos, no hasta que el pecho empezó a arderme, y entonces sí que conseguí respirar de nuevo. Jadeé e intenté incorporarme, pero una voz me susurró:
-No te muevas.
Giré la cabeza y me encontré con la mirada de mi padre, un lobo castaño oscuro que me observaba con tristeza. Estaba tumbado y del cuello le salía mucha sangre. Jadeé de ansiedad y me acerqué lentamente a él, arrastrándome con las patas delanteras por el suelo polvoriento que olía a miedo.
No podía hablar. Quería preguntarle qué iba a pasar, pero no necesitaba que me respondiese. Iba a morir, como el cachorro apretujado al que los humanos habían disparado.
-No te muevas -me repitió-. Si quieres vivir, no te muevas. Los lobos que sobrevivan necesitarán a alguien que les ayude, y tú eres lista.
-Papá, ¿vas a...? No puedo, no puedo dejar que muráis. Ni tú, ni mamá.
El lobo oscuro cerró los ojos, y gimió de dolor. Después volvió a abrirlos.
-¡Oh no, mamá! -me acordé de pronto, y me incorporé a pesar de que mi padre gruñó.
Alcé la mirada hacia el lugar donde antes estaba ella, pero no había nada. Observé alrededor pensando que podría estar, pero no la encontraba en ningún lado. Los perros saltaban contra los lobos de la manada, pero no estaba. Mamá.
Me encogí para saltar encima de uno de los perros, pero algo me agarró del cuello y perdí la conciencia.

Cuando me desperté, los perros y los humanos se habían ido. Y mis compañeros con ellos.
Me levanté titubeante y débil, porque el que me había cogido me había hecho un corte en la zona de los hombros, y había perdido sangre, pero aún así, logré incorporarme.
No había ningún cuerpo. Nadie. El claro estaba desierto. La única prueba de que lo que había pasado había sido real era la mancha de sangre del cachorro que recibió el disparo. En ese momento estaba oscura, casi negra. Absurda comparada con todo el horror que había pasado la manada.
Me sentía pequeña, débil, vulnerable e indecisa. No podía creer que la manada hubiera desaparecido.
No podía creer que me había quedado yo sola.
Pasé dos noches en el claro, aullando, llamando a mi manada, pensando en que algún lobo me respondería, pero no fue así. El tiempo pasaba y yo seguía sola, y el único que respondía a mis aullidos era el silencio.
Estaba muy dolida, rota. Ya no era una loba, ya no era nada. Sin mi manada, ya no quedaba nada de mí.
Y en ese momento me acordé de que había escondido a Pi en el árbol. Fue un rayo de luz, un rayo de esperanza. "No estoy sola", pensé. Fue egoísta por mi parte pensar de esa manera, pero no pude evitarlo. En ese momento en el que lo había perdido todo, sentía que debía morir, al igual que mi familia, pero al acordarme de Pi, un nuevo camino se abrió para mí.
Corrí hacia el árbol lo más rápido que pude, y cuando encontré el árbol me llegó a la mente el pensamiento de que tal vez hubiera muerto. Tal vez los perros lo habían encontrado.
Pero no fue así. En cuanto me oyó, asomó la cabecita y alzó las orejas, y me saludó con lamidas y ladridos de feliz. Casi estuve a punto de llorar en ese momento, pero me sentía feliz porque no estaba sola, y porque le había salvado la vida. Le lamí y le acaricié y jugué con él durante un día entero.
Cuando me preguntó dónde estaban papá y mamá, y la manada, le respondí que se habían ido de viaje, para  conseguir comida. Cuando preguntó por sus hermanos, le conté que también se habían ido, porque ya eran grandes para poder andar. Cuando me preguntó porqué nos habíamos quedado aquí nosotros, le respondí que la manada necesitaba a dos lobos valientes que se encargasen de vigilar el cubil mientras ellos estaban fuera, y que luego los alcanzaríamos. Se lo creyó, y pensé que era la peor hermana que un cachorro puede tener.
Y ahora nos encontramos en ese momento, en el que yo no sabía si debíamos irnos o si debíamos quedarnos. Pi escondió su hocico en mi pelaje negro y gimió.
-¿Qué te pasa, pequeño?
Alzó su mirada azul hacia mí.
-Tengo miedo.
-¿De qué?
-De estar solo.
-Nunca estarás solo, pequeño. Me tienes a mí.
-¿Pero, para siempre, hermana?
-Para siempre, Pi.
Lo estreché contra mí y me dio una lamida en el hocico.
-¿Aún sigues pensando en esa cacería, Pi?
Empezó a mover la cola. Su pelaje castaño oscuro empezó a temblar de excitación.
-¡Sí!
Me levanté con lentitud y alcé la mirada de nuevo hacia el horizonte.
Ese lugar no era seguro.
-Pues vamos a empezar el Viaje, y te prometo que cuando lleguemos podrás cazar todo lo que quieras.
Se levantó y se puso a mi lado.
-¿Llegar a donde?
Empecé a caminar, hundiendo las patas en la nieve que había estado presente en nuestro territorio siempre, y donde siempre estaría. El viento nos acarició de nuevo, pero esa vez no vino sólo.
Vino acompañado de nieve.
-A donde esté nuestra manada.
Estaba nevando.
Alma de música.

Tocaba, la música volaba y hacía vibrar el ambiente a mi alrededor. El sonido de mi violín parecía unir a todas las personas que habían en la plaza, y eso me daba fuerzas para seguir tocando. Era algo mágico, increíble.
Creaba reacciones sólo con mi música. Alimentaba el corazón de esas personas sólo con mi música.
No soy muy vanidosa, pero tengo que decir que tocaba de muerte. Era como si el violín fuera una parte de mi cuerpo, un viejo amigo que conocía más que a mí misma y sabía cómo crear con él melodías dulces y suaves, o atronadoras y fuertes.
La gente a mí alrededor me miraban sorprendidos; algunos aplaudían, otros chillaban. Les enloquecía. Me los estaba ganando.
Aumente el ritmo de la canción y mis compañeros de orquesta tuvieron que intentar seguirme. Dan me miró con la cabeza ladeada desde su teclado, y luego tocó más suave. Jade aumentó la velocidad de su chelo y Amy se acompasó con su violín.
Éramos una combinación perfecta, y nadie podía pararnos. El suelo temblaba bajo nuestros pies y hasta las palomas se acercaban para oír nuestra música.
Estábamos creando vida.
En un momento el ritmo aumentó, y empezamos a tocar más rápido. Nosotros sudábamos como mares y los músculos nos pedían descanso, pero yo no podía parar. Y el resto de mi grupo me seguía.
Mi pelo rubio se deslizó en el aire cuando sacudí la cabeza. Lo tenía recogido en un  moño algo mal hecho pero era suficiente. Algunos mechones se salieron y se me pusieron en la frente.
La canción iba por la parte final; faltaba el estribillo más fuerte, y después acabaría. Es como el fuego: antes de morir, estalla en una última llama enorme para después extinguirse. Es como el corazón, que antes de quedarse inmóvil empieza a bombear frenético.
La gente empezó a chillar, pidiéndonos más. Dan abrió los brazos y les dedicó a las chicas una sonrisa arrebatadora. Pensé que se había ganado unas cuantas fans sólo con aquella sonrisa.
Llegamos al estribillo. Nuestros brazos temblaban por la fuerza de la música, y yo cerré los ojos, dejándome llevar por la melodía, por la magia. Era como una especie de ronroneo que me recorría el cuerpo y lo controlaba por mí.
Terminamos, y la gente estalló en vítores. La funda del violín de Amy se empezó a llenar de dinero, y el público nos aplaudía, enloquecida.
Abrí los ojos, y la plaza de Canden me devolvió la mirada, una mirada cómplice que sólo vi yo.
Dan apoyó una mano en mi hombro.
-Bien hecho. Ha sido espectacular.
En su voz había admiración. Era increíble, el chico más egoísta del mundo me admiraba.
Sonreí, una sonrisa muy grande y sincera, e intenté coger aire, porque estaba derrotada.
-Gracias. Hemos sido todos, lo hemos hecho genial.
-Sí, pero tú la que más. Hacías magia con ese violín, es como si te hablara y supieras entenderlo.
Empecé a reír y guardé el violín. Algunos del público se acercaron para comprar nuestro disco.
-Algo así. Sí, algo así.
El frío me revolvió el pelo, y me estremecí un poco. Había sido un momento increíble, y sólo podía pensar:
Recordaré esto el resto de mi vida.
Los caballos de metal me guiñaron un ojo, y en ese momento supe que estaba en casa, y que la música vivía tanto en este lugar que nos había atrapado a todos.
Era inmensamente feliz.
(relato inspirado en una escena REAL, en la plaza Canden de Londres. Gracias al grupo que estaba tocando en esa plaza, me llenaron de inspiración y de magia. Vuestra música es increíble chicos. Increíble.)


Cries of winter: reconocimiento.

"-¿De verdad podría ser capaz de aguantar? ¿Estar cerca de ella sin poder hablarle, sin poder mirarle a los ojos, sin poder oír su voz, simplemente haciendo como si no estuviese?
+Es lo que debes hacer. Si no lo haces, desfallecerás y entonces te pillarán. Y no sólo estarás en peligro tú, sino también ella.
-¿Porqué ella? ¿Porqué estaría en peligro?
+No lo sé, pero algo me dice que sería así. Si pasa lo que...ocurrirá si te acercas a ella, puede que también ella pase por lo mismo. Y no sólo te tendrían a ti. Laura también podría acabar como alfombra para alguna mansión de algún rico.
Le miré fijamente. En los ojos de mi amigo pude ver que decía la verdad, que, realmente, me estaba contando lo que sabía. Suspiré, y me pregunté qué sería lo que Lucas vería en los míos.
Apreté los puños; sentí cómo los músculos chirriaban bajo mi piel, cómo los huesos crujían. Me quedé en silencio disfrutando de la situación, aún asombrado por este cuerpo humano del que aún no me había acostumbrado. Acaricié por un momento la posibilidad de poder estar cerca de Laura; cómo sería si todo fuera diferente y no hubiera peligro. Si yo fuera otro chico, uno normal. Si la historia hubiera sido distinta.
Pero no era así, y lo sabía. El sueño se desvaneció con un soplo de viento y mis ojos se oscurecieron.
+¿Trébor? -preguntó Lucas. Su voz temblaba. Alcé la mirada para ver qué le aterrorizaba en esos momentos.
Era Laura, que venía hacia aquí. Avanzaba dando grandes zancadas, como si quisiese dejar su huella en la tierra, como si quisiera pagar su fustración con el suelo. Su pelo castaño se sacudía detrás de ella y sus ojos brillaban. Por un momento, recordé la cara de ella cuando montaba a caballo. Los mismos ojos, llenos de vida. La misma expresión, llena de pasión, de fuego. Aunque esta vez no estaba alegre, sino cabreada.
Me quedé sin habla. No podía respirar, ni apartar los ojos de ella. Sé que debería de haberme ido en ese momento...pero...no pude. Simplemente, una parte de mí no quiso moverse.
Y esa parte venció.
Cuando llegó a mí, me soltó un empujón tan fuerte que a punto estuve de caer al suelo. Su aroma me inundó y me vi en otro lugar, en otro momento. Intenté no captar su olor tapándome la nariz.
Sus ojos chispeaban, dos pequeñas hogueras incandescentes alcanzando su clímax. Alzó las manos para empujarme de nuevo, pero la detuve cogiéndole las muñecas.
Lucas me alertó con un carraspeo.
No hacía falta que me avisara. Sabía que me estaba sobrepasando. Ya podía notar cómo mi cuerpo iba durmiéndose lentamente, cómo las manos me empezaban a temblar, cómo empezaba a tener frío, mucho frío.
La solté con dificultad y retrocedí varios pasos, volviendo a taparme la nariz.
-¿Qué quieres?
Me lanzó una mirada rabiosa.
-¿Tú que crees? Eres un capullo, un imbécil. ¿Porqué le dijiste al coordinador que no era eficiente? ¿Porqué te inventaste que mi trabajo no era bueno, que debía salir del proyecto? ¡¿Porqué apoyaste la idea de eliminarme de todo esto?! ¡Eres un capullo! ¡Hijo de puta!
Volvió a acercarse para pegarme, pero esta vez Lucas se puso en medio.
-Laura...Trébor no ha hecho nada.
Ella se secó las lágrimas que había derramado con la manga. Dios. Verla llorar supuso para mí que todas mis barreras se derrumbasen. Dejé de luchar.
El cuerpo me empezó a temblar violentamente. Intenté ocultarlo, pegar las manos contra mis piernas, morderme los labios, pero no sirvió.
Laura lo malinterpretó, y eso la encolerizó mucho más. Se soltó del agarre de Lucas y me pegó un puñetazo.
-¡Cabrón! ¡Te odio! ¡Te odio! ¿Sabes lo que me gustaba el proyecto? ¿Sabes lo importante que era para mí? ¡Lo sabías, joder! ¡Y aún así me has echado!
Empezó a llorar en mi pecho. Los brazos me temblaban cuando intenté apartarla.
Lucas la cogió de los hombros.
-No te he echado -dije con voz rasposa-. Yo me voy.
Las palabras me salieron sin más, un torrente se sentimientos que no pude frenar.
Me marché corriendo, sintiendo cómo los músculos empezaban a dormirse.
Cerré los ojos mientras entraba en el bosque, y, por un momento, me vi a mi mismo, en otra forma, al lado de una Laura más joven, jugando en un prado lleno de flores. El corazón me dio un pinchazo, y solté un gruñido.
Lo haría. Lo dejaría todo. Porque ella era más importante para mí que cumplir mi sueño.
Intenté adentrarme más en el bosque, pero no me dio tiempo. El frío consumió mi cuerpo y me derrumbé en el suelo, sintiendo cómo todo se me dormía. No podía moverme.
Me sacudió una jaqueca insoportable, y me desmayé.
Cuando abrí los ojos, era un lobo."

Dawn.

Todo comenzó hace dos años. Era invierno. Los copos de nieve desfilaban a mi alrededor, suaves, dulces, bailarines de acrobacias que morían al tocar el suelo. Yo deseaba fundirme con el bosque, con esa inmensidad que me llamaba, que me atraía con una intensidad angustiosa. Mi corazón latia cada segundo por escapar entre los árboles, y perderme entre la espesura, sin mirar atrás.
Toda yo, todo mi mundo, estaba roto. ¿De que me servía seguir allí? Las noches en vela preocupándome por el estado de mis padres, que se habían vuelto alcohólicos y prepotentes desde la muerte de mi hermana, y las tensiones en el instituto por mi falta de amistades, hacían que mi corazón, que mi propia vida se reduciera a añicos.
No era nada. Mi vida se basaba en esperar sentada durante horas al lado de la ventana a que volvieran mis padres; mi vida era la soledad, la angustia, el silencio que me carcomía y consumía lentamente.
Al final, escapé. Aquel día que fuimos al parque de Virginia, donde aún quedaban resquicios de esa naturaleza salvaje que antes invadía todo Estados Unidos.
El bosque me llamaba. Era un sentimiento extraño, profundo, insoportable. Me hacía agarrarme al asiento con los nudillos blancos mientras los copos de nieve arañaban el cristal del coche. Me hacía desear saltar de la ventana y correr sin fin, perderme.
Mis padres salieron del coche después de aparcar. Recuerdo aún sus caras: mi madre, con los ojos azules entrecerrados, la cara tensa, y su pelo castaño danzando a su alrededor; mi padre, con una sonrisa en los labios y sus ojos castaños chispeantes, ardientes. Ambos salieron como si el hecho de ir juntos cambiara los acontecimientos de los anteriores meses. Pero yo no había olvidado nada de eso. Dudo que algún día pueda olvidarlo.
Yo salí del coche lentamente, relajada, observándolo todo con mis ojos caramelo, sintiendo la presencia de todos los animales de los alrededores.
Sentía que querían que me fundiera con lo salvaje.
Comenzamos a caminar por un camino de travesía. El terreno era llano, vacío en comparación con el vasto bosque que se extendía más allá.
-Verás, Dawn -dijo mi padre agarrándome del hombro-. Tu madre y yo hemos llegado a la conclusión de que aquí no eres feliz.
No contesté. La nieve fue cubriendo mi pelo poco a poco, y me acariciaba las mejillas. Me gustaba esa sensación. Parecía que el invierno me daba su apoyo, me susurraba palabras que sólo yo entendía.
-Hemos decidido llevarte a un internado, para que no tengas que preocuparte más por nosotros -dijo mi madre con una sonrisa de disculpa.
Internado. Normas. Menos libertad de la que tenía en esos momentos. El corazón me latía a mil por hora, me suplicaba que huyese, que rompiera estas cadenas y dejara todo eso atrás.
-No -contesté. Mi voz se ahogó con una brisa de viento-. No podéis hacerlo.
Mi padre me fue empujando lentamente. La nieve crujía bajo mis pies; el sonido lo percibía lejano, difuso, como si estuviera allí pero al mismo tiempo yo estuviera lejos.
Un hombre se acercaba en nuestra dirección. Vestía completamente de negro, a excepción de un sombrero gris que le tapaba gran parte de la faz. Se paró delante de mí y susurró mi nombre.
-Dawn, tienes que venir conmigo.
Me giré y vi que mis padres habían retrocedido varios pasos.
Entonces, me di cuenta de que no iba a ir a un internado.
En ese momento, el hombre de la gabardina me cogió de los brazos y me arrastró bosque adentro. Quise chillar, quise rebelarme, pero sabía que no serviría para nada. Los únicos que podrían oírme eran mis padres, y éstos me habían vendido. Lo sabía. Sus ojos me lo decían.

Poco rato después el bosque se había vuelto muy espeso. Apenas se filtraban los rayos de sol.
Me intenté soltar, pero ahora las manos me aferraban con fuerza. Tanta que chillé de dolor.
El hombre de la gabardina me tiró al suelo, y caí sobre la nieve blanda. El frío me cosquilleó la piel y en ese momento no me pareció tan inofensiva.
Me di la vuelta, y me encontré cara a cara con un lobo. Tenía los ojos completamente grises.
Olfateó el aire, y debió de captar algo, porque gruñó, y saltó hacia mí.
Otros dos lobos que no había visto antes le secundaron, y en un momento me vi rodeada por los lobos. Sus dientes desgarraban mi ropa y mi piel, sus alientos me susurraban palabras de muerte, sus ojos me trasmitían el deseo de la caza.
Pude luchar, pero no lo hice. Ya nada tenía sentido; luchar habría significado morir de otro modo. Sabía que no me quedaba nada.
Uno de los lobos me miró fijamente. Era un lobo adulto, de color gris oscuro y ojos marrones. En sus ojos no había ansia, ni muerte.
En sus ojos me vi a mi misma.
El lobo gruñó a los demás, y los separó de mí. Me miró fijamente, y después, se tumbó a mi lado, apoyando su cabeza en mi pecho.
Pensé que ese día iba a morir. Pensé que mi luz se apagaría. Pero no.
Ese día, volví a nacer de nuevo.
Ese día, los lobos esperaron, tumbados en una nieve teñida de sangre.
Ese día, yo desperté como una loba.

Y el frío volvió a parecerme inofensivo de nuevo.
Plantilla "White Wolf" © creada por Agustina Fuente, de Batalla de los Reinos. 2014. Con la tecnología de Blogger.