4 de mayo de 2014

Geranios.

   Camino por las calles teñidas de gris ceniciento. El agua de la acera se me pega a los zapatos y dificulta mi avance como si ésta quisiera detener mi movimiento, como si necesitara pararme, lo cual me parece estúpido. Yo estoy al límite. Ya estoy muy viejo. Ni siquiera una sustancia tan pura puede retrasarme ni hacerme cambiar de parecer; cada segundo perdido, cada segundo frenando, se convierte en un segundo menos antes del final.
   Y no va a ser así. No debe ser el final aún. No todavía.
   Alzo la cara al cielo para atisbar las sinuosas y siniestras calles que ya resultan indescifrables para unos ojos tan cansados. No puedo guiarme por ellas. Los carteles con los nombres y los sonidos de la gente son demasiado, no logro ubicarme. Demasiada vida zumbando.
   Es el sol el que me guía todos los días, el que me acompaña siempre. Es un compañero fiel y radiante que calienta mi rostro reseco hasta que cruzo la verja; como yo, él tiene demasiados días tras su espalda.
   Aprieto el batín del pijama mientras camino en paralelo a la verja del parque, ese que está justo al lado del cementerio. Mientras lo cruzo, las sombras de la valla crean dibujos de rayas sobre mis mejillas, marcan nuevas historias sobre las viejas ya olvidadas. Esta piel es el único testigo de mi vida, de mis errores y mis desvaríos, de la soledad y los múltiples momentos en los que llegué a sentir amor.
   Estrujo el geranio rojo sangre contra la mano, igual que todos los días. Podría ser ayer. Podría ser mañana, y yo no me daría cuenta. El miedo al olvido me cansa, aunque, sinceramente, todo lo hace ya. Controlo mi respiración para no terminar tosiendo y abro y cierro mi mano derecha, la única que está vacía y que se siente como la garra solitaria de una rapaz.


    Una sensación, el saber que estoy desapareciendo como las sombras que ahora caminan tras de mí, me acorrala el pecho como uno de los cuervos disecados que me vigilaban en el despacho de mi padre cuando era un crío. Sentir ese ojo negro de nuevo sobre mí me ahoga, me asfixia.
   No pienso más en nada. Dejo que un único recuerdo mueva mis pies hacia la verja que conduce al cementerio.
   La flor resulta irreal sobre mi mano cuando abro la valla. Nadie a esta hora está por aquí, así que mis pulmones se llenan de silencio al caminar sobre las piedras blancas camino del mismo nombre.
   De los mismos nombres.
   Mi mujer. Mi hijo. Ambos lejos de mí. Se fueron demasiado pronto y sin despedirse.
   Los rayos del sol alargan mi sombra contra las lápidas, los cientos de nombres de personas que ya no van a ser nada nunca más. Observo sin ver los nombres desgastados por el paso de los años y clavo la vista en una de las lápidas del medio, la de color cobre que apenas se ve por los reflejos de la luz del sol.
   Silvia. Iván.
   Ahí están, en la misma tumba, como un mismo ser, como si nunca se hubieran separado. En el fondo, no fue así. Murieron ambos en el parto, antes de que Iván consolidara su vida como un individuo independiente.
   Dejo el geranio entre las piedras que descansan a la derecha de la tumba. Mi rostro marcado por los años deja ver una sonrisa cansada.
-Hola, Silvia. Siento no haber llegado a la misma hora; ya sabes que los de la residencia se están volviendo cada vez más cascarrabias. Piensan que me voy a morir pronto, así que no quitan un ojo sobre mí, como perros de presa. Me ha costado escaparme esta vez, pero bueno, tú sabes que siempre lo consigo.
-Me siento muy cansado. No sé qué sabes tú ahí arriba, pero me gustaría que me avisaras cuando me llegue la hora. Quiero encontrar una persona que cuide de los geranios y te los traiga como hago yo, así que intenta conseguirme algo de tiempo antes de que vaya a visitaros permanentemente. Sé que te gustan mucho y no quiero que acaben muriendo. Creo que eso me asusta mucho más que el hecho de morirme; seguro que ves lo viejo y cansado que me siento. Es comprensible, ¿no? Uno se debilita de luchar si no tiene a su lado algo con lo que luchar.
-Hoy me ha visitado esa chica tan rara, la periodista, la que quiere saber tu historia. Se sienta en el sillón que hay junto a la cama de la habitación de la residencia y me hace muchas preguntas con los ojos brillantes. No puedo evitar responderlas; sé que debe haber impactado mucho el hecho de que tú, la mejor médico del mundo, murieras a manos de la medicina. También quiero que la gente te recuerde cuando yo no pueda hacerlo. Resulta triste, lo sé, pero este viejo escritor se siente cansado de tanta batalla, y el viento me reclama demasiado rápido.
-Dale recuerdos a Iván. Sé que estás cuidando muy bien de él ahí arriba, aunque no pueda verlo. Dile que prometo enseñarle a jugar al béisbol cuando me muera. Y que siento no haber llegado a ser un padre para él. Aunque no fuera mi culpa, quiero decirlo. De nuevo.
   El sol se alza. Me encorvo, sintiendo el frío en los tobillos.
-Tengo que irme, Silvia. Los enfermeros no tardarán en entrar en las habitaciones para entregar el desayuno. Te veré por la noche, y no, no se me olvidará traerte el libro que te gusta tanto, ese de los puentes. Te quiero. Os quiero, a los dos.
   Acerco mis labios a la superficie de cobre y doy un ligero beso al nombre de mi mujer mientras un pájaro canta a la salida del sol. Huele a polvo, y no es mi ex mujer, pero, cuando toco ese material frío y duro, casi llego a recordar los besos reales que solía darme con ella. Pero no lo logro del todo. El tiempo también me lo ha quitado. El tiempo me lo ha arrebatado todo. Hago el mismo camino en sentido inverso, aunque, esta vez, mi destino no es llegar a la residencia.
  Llego a la casa vieja un rato después. No está tan lejos como mi mente confusa pensaba, a pesar de que haga el mismo trayecto todos los días. Subo lentamente los escalones de piedra hasta llegar a la puerta de madera y la abro con dedos temblorosos.
   El olor a polvo sacude mis pulmones de viejo. Las telarañas se reflejan contra mis iris azules.
   El recuerdo de una risa resuena en mi mente cuando abro una habitación a la izquierda. Mis pies enmarcados en las zapatillas de estar por casa levantan nebulosas de polvo. Los ratones huyen de mis pisadas silenciosas, del dolor que se encierra en ellas.
   Inspiro hondo. Asomo la cabeza.
   Sigue siendo como todos los días.
   Los geranios son lo primero que veo cuando mis ojos logran enfocar correctamente. Están igual que como los he dejado esta mañana, antes de irme a visitar a mi esposa. Las flores me observan desde los múltiples jarrones y terrarios que hay repartidos por la habitación.
   El silencio que reina se me hace sobrecogedor.
   Sigue siendo como todos los días, pero un miedo oscuro se ha instalado en mi alma.
   Contemplo una de las flores, y, por primera vez en años, me pregunto si esta será la última vez que las vea. Mi corazón suplica que no.
    Una solitaria lágrima cruza mi mejilla y cierro la puerta tras de mí.


 

Image and video hosting by TinyPic

2 comentarios:

  1. ¡Hola! Acabamos de descubrir tu blog y te seguimos desde ahora. Ojalá que también te guste nuestro espacio :D

    ¡Un abrazo grande de parte de los tres!

    ResponderEliminar

¡Hola! ¡No dudes en dejar tu opinión! ¡No olvides que, cuanto más comentes, más y más grande se hará este sitio, y habrá más lobos con los que jugar! No olvides la política de los comentarios, tampoco;). Si tú comentas, yo comento.
¡Gracias por el amor!

Plantilla "White Wolf" © creada por Agustina Fuente, de Batalla de los Reinos. 2014. Con la tecnología de Blogger.